Mientras el vencido Darío, con los restos de su deslucido ejército, se encaminaba presuroso hacia las tierras del norte donde iba a refugiarse, y donde quizá confiaba en poder reunir fuerzas para una ardua revancha, Alejandro decidió marchar hacia el sur, hacia las grandes ciudades del imperio conquistado (Persa). En primer lugar llegó a Babilonia, la grande, famosa y bien amurallada ciudad de la milenaria Mesopotamia que los persas habían conquistado unos dos siglos antes, y que el sátrapa Maceo le rindió sin oposición alguna.